(A)salto al Norte

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Francisco Carrascal


Biólogo y consultor ambiental


Cuando Bertolt Brecht advierte que "la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer" sitúa el debate de manera certera, centra la cuestión para ideas y organizaciones, aplicable incluso a nuestros proyectos personales como individuos sometidos a un continuo ejercicio de metamorfosis vital. Con independencia de lo concreto a lo que se quiso referir con esta lúcida frase el intelectual y dramaturgo alemán, su formulación se ajusta a múltiples situaciones y planteamientos. Una de ellas es de la que hoy quiero hablar.


Nos asaltan en los telediarios los saltos de la valla en Melilla. Sabemos que el problema viene de lejos y me temo tendrá una complicada solución en el futuro.


Hablar en forma resolutiva de las crisis migratorias es harto complicado. La Historia de las civilizaciones ha estado plagada de crisis humanitarias siempre que un grupo de personas decidían, de manera individual o colectiva, de manera voluntaria o forzada, irse de un lugar hacia otro. Asistimos escandalizados a la realidad que la frontera europea posee en los territorios de Ceuta, Melilla y Canarias; porque nos toca de cerca, muy de cerca. Las imágenes son aterradoras, el drama personal de cada nombre que hay detrás lo es mas, sin duda. Mientras el 50% de los africanos, de los habitantes de un continente entero, viva con menos de un euro al día, la altura de cualquier valla será siempre insuficiente.


Se van de los países de origen los mejores, los más fuertes física, pero sobretodo los más fuertes mentalmente. El drama se incrementa de manera sinérgica desde el momento en que cuando estas personas llegan aquí (a la vieja, cansada y secuestrada Europa) todo su potencial ­principalmente el mental y social­ queda anulado en las garras de un submundo de subsistencia y vergüenzas. Que gente fuerte se ocupe en una última esperanza en vender pañuelos en semáforos, en un ejercicio de mímesis con el mobiliario urbano igual que un banco, una papelera o un poste eléctrico es simplemente una profunda injusticia y un mas que patente desperdicio de potencial. Ese no puede ser ni debe ser su futuro.


Mientras tanto lo viejo no acaba de morir, y lejos de hacerlo renacen con suma eficacia brotes de xenofobia y fascismo con el aval de gobiernos como el español, legitimados en las urnas, pero deslegitimados por la decencia y los más básicos principios de la moral y la ética universal.


Lo nuevo no acaba de nacer. Anhelo con desesperación, como persona progresista que me siento, respuestas más contundentes de sindicatos y opciones de izquierdas que en nuestro escenario político sólo se atreven a mostrar con timidez sus cabecitas ante la aberración a la que estamos asistiendo, igual que pequeñas tortugas cuellicortas. En el fondo de todo esto, subyace la agonía de un modelo obsoleto de generar riqueza como es la opción capitalista. En ella, el reparto de la riqueza es una asignatura olvidada y abandonada, incompatible y encontrada con sus postulados más sagrados. Bajo el yugo de este modelo, los desequilibrios son cada vez más importantes y la insensibilidad social y ambiental cada vez está más presente en el planeta. De esta insensibilidad todos somos corresponsables en algún modo. Y sin embargo, es el esquema al que se anclan con pesada insistencia políticos y gestores públicos de izquierdas y derechas, empresarios, universidades e intelectuales. Ah, se me olvidaba, y periodistas de perfiles diversos, preparados ­y no preparados­ en el difícil arte de la interpretación y la comunicación colectivas.


A veces, a uno se le cansan las manos y las pocas neuronas entrenadas que le sobreviven ante la perspectiva de ponerse a escribir una opinión como ésta. Parece que ya está todo o casi todo dicho. Sin embargo, la insistente realidad me hace reconsiderar el ejercicio de expresión. Y el acoso de la actualidad me reconduce a manifestar opiniones. Como pueblo pagaremos esta insensibilidad colectiva ante este inmenso drama, de ello tengo escasas dudas.


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