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Independiente siempre, imparcial nunca

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Juan Antonio Molina


 


Presidente de la Unión de Escritores Progresistas


En las viñetas de "Lucky Luke", aparecía un diario del Far West cuya imprenta atacaban los forajidos y cuyo lema era: "Independiente siempre, imparcial nunca". Y es que en una sociedad donde los antagonismos sociales constituyen su principal filiación, la neutralidad siempre supone tomar partido contra los más débiles. Anatole France expresaba esta perversa imparcialidad con una esclarecedora ironía: "La ley, en su magnífica ecuanimidad, prohíbe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan." Los segalelianos gritaban cuando mataban al clero enriquecido: penitenciagite, haced penitencia, arrepentíos; hoy las imprecaciones son dirigidas a las víctimas del pecado. Los poderes económicos nos imponen como inconcusa una realidad en la cual para la mayoría de los ciudadanos el futuro no existe y el presente es un lugar inhóspito. Todo ello para consolidar un sistema económico cuyo oxigeno es la desigualdad, la injusticia, y la demolición de cualquier tipo de instrumento de autodefensa social, incluido el mismo Estado democrático.


Como nos advertía Ortega y Gasset no hay peor crisis que la que procede del intento de hacer la Historia sin razón histórica, porque los destinados a sacrificar sus derechos, su libertad y su vida material al moloch horribilis de la avaricia de las élites económicas saben que la resignación nunca ha sido la mejor bandera para ganar el porvenir. En la crisis los ciudadanos perciben que la izquierda y la derecha son caricaturas recíprocas que les han entregado a los bancos, a las instituciones financieras y a la inmoralidad de un capitalismo sin control que, parafraseando a Kierkegaard, ha procedido a una "suspensión política de la ética."


Para el partido socialista perder votos es un desastre menor comparado con la pérdida de imaginario y de un espacio político propio que le impide asumir sin eufemismo cuestiones capitales como la redistribución de la riqueza, el sistema productivo o el poder abusivo de las élites financieras. En realidad es un problema de posición y función en la sociedad que nace de la paradoja irreductible de asumir que para ser "partido de Gobierno" hay que estar más cerca de los poderes no democráticos de la economía y las finanzas que de la misma sociedad. De esta forma, desde la inmunodeficiencia ideológica, en lugar de reformar estructuralmente un sistema que se muestra tan injusto con las mayorías sociales, se ha constituido en una organización burocrática modelo en la cual los objetivos van almodándose a las condiciones existentes y a lo que se puede alcanzar en cada caso.


Hermann Heller se enfrenta al problema concreto de la crisis de la democracia y del Estado de Derecho, al que considera que es preciso salvar no sólo del autoritarismo sino también de la degeneración a que lo ha conducido el positivismo jurídico y los intereses de las élites dominantes. Ante la constricción del Estado de Derecho por las fuerzas conservadoras, el socialismo debe dar a éste un contenido económico y social, realizar dentro de su marco un nuevo orden laboral y de distribución de bienes: sólo el Estado social de Derecho puede ser una alternativa válida frente a la anarquía económica y frente al autoritarismo retardatario y, por tanto, sólo él puede ser la vía política para salvar los valores democráticos.


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