Cordobés, el último caballo de Hernán Cortés

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A lo largo de la historia los caballos han sido de gran importancia militar. Se utilizarán a partir del siglo XVI para invadir la otra parte del mundo descubierta por los europeos, con considerables resultados. Cristóbal Colón los introducirá en las Antillas durante su segundo viaje en 1493. Fueron muy escasos y cotizados al otro lado del Atlántico durante los primeros años, estando sólo al alcance de las clases privilegiadas.


Los amerindios nunca habían visto un animal de semejantes características en sus tierras. Los animales, ataviados con cueros, hierros y cascabeles, causaron pánico entre la población. Pensaban que el caballo y el jinete formaban un único ser, de ahí que durante los primeros y desconcertantes enfrentamientos mataran sólo a uno, caballo o jinete, imaginando que morirían los dos. Cortés, un personaje tabú en la historia de América, afirmará en varias ocasiones durante la invasión que sus vidas dependían de estos animales para el éxito.


Es por este motivo que uno de sus últimos caballos, llamado Cordobés, lo acompañará como jubilado a España ¿Por qué? porque le salvó la vida al escapar sobre su lomo de la ciudad de Tenochtitlan en la denominada Noche Triste, la madrugada del 30 de junio al 1 de julio de 1520, uno de los momentos más complicados en su carrera al infravalorar los ejércitos mexicas y sufrir una contundente derrota a la que ayudó la avaricia de sus hombres.


Cordobés murió supuestamente en el reformado Palacio de los Duques de Montpensier, actual Colegio de las Irlandesas en el municipio sevillano de Castilleja de la Cuesta, donde también le sorprendió la muerte a su dueño el 2 de diciembre de 1547. Según cuenta la leyenda, ya que no se han hallado restos del animal que así lo demuestre, fue enterrado en el jardín del palacio, actualmente el patio del colegio, donde existe un fragmento de lápida en el que se puede leer: “Cordobés”. Los restos de Hernán Cortés fueron trasladados en un principio al monasterio de San Isidoro del Campo, en el vecino Santiponce, de donde fueron exhumados y llevados a México. En la actualidad se encuentran en la Iglesia de Jesús Nazareno ubicado en el centro histórico de la capital mexicana.


Estas relaciones entre hombres y equinos no son nuevas en la historia y en el caso de este hecho histórico, debido a la complejidad que entraña su tratamiento en la actualidad, no iba a ser una excepción gracias al misticismo historiográfico hegemónico que sustenta el discurso sobre el encuentro entre civilizaciones. Cabe recordar a Pegaso, el caballo de Zeus, Bucéfalo, el caballo de Alejandro Magno, Babieca, la yegua del Cid, Rocinante, el caballo de Don Quijote de la Mancha o Palomo, el caballo de Simón Bolívar como ejemplos del protagonismo que han tenido estos poderosos animales a lo largo de la historia.

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