Nada es imposible pero todos somos necesarios

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Cosme Modolell

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La construcción de una nueva sociedad, en el siglo XXI, fruto de esta gran revolución que estamos viviendo y que algunos llaman Revolución digital, como superación a lo que en el siglo XIX se llamó revolución industrial, no es tarea para dejar exclusivamente en manos de políticos y economistas, si no que todos y cada uno de nosotros que somos los protagonistas de este gran cambio debemos implicarnos muy mucho en la construcción de una nueva organización social, más justa, más equitativa y respetuosa con los derechos de todos.

Aprovechando, y aprendiendo de los errores cometidos ahora hace 100 años, cuando los trabajadores y las clases populares se dejaron deslumbrar por discursos patriótico--nacionalistas y abandonaron el internacionalismo propio de las izquierdas, abriendo las puertas a una gran confrontación de dimensiones planetarias, que en sus dos fases, (1914 a 1918 y de 1939 a 1945), fue causa de los mayores horrores que la humanidad había visto en toda su historia, y dado que las actuales generaciones, resultan ser las más preparadas, científicamente de toda la existencia humana; sería un gravísimo error que no fuéramos capaces de mantener nuestros principios, nuestra consciencia de clase y eludir nuestras responsabilidades.

Deberíamos aceptar primero, que todo aquel que vive de un sueldo, sea de la cuantía que sea, es un asalariado y por lo tanto un hermano de todos aquellos de su misma condición. En segundo lugar, deberíamos admitir que todos aquellos, pertenecientes a las élites planetarias, que se quedan con la mayor parte del pastel de la riqueza que entre todos generamos, aquellos que no viven de un salario sino de las rentas de un capital, son contra quien debemos luchar para revertir la situación y que el reparto del pastel antes mencionado sea mucho más equitativo que lo es en la actualidad. Pero no nos confundamos, como hicieron nuestros abuelos en la década de los 30 del pasado siglo XX, persiguiendo, no a los grandes capitalistas sino al pequeño y mediano empresario que la mayoría de las veces es tan explotado como los propios trabajadores. El capital hoy no tiene rostro, de las decisiones tomadas en un despacho de Nueva York, reciben las consecuencias, trabajadores de la India, por ejemplo, sin que ellos sepan ni quien ni donde ha dispuesto de su futuro.

No podemos pues individualmente afrontar esta lucha, debemos unirnos todos para ser fuertes, aunando esfuerzos y voluntades, sin desviarnos con veleidades nacionalistas que nos dividan sino con la firme voluntad de alcanzar colectivamente el poder real e imponer nuestras condiciones a estos anónimos personajes que se atreven a decidir sobre nuestro futuro

Reestructuremos y adaptemos nuestras centrales sindicales a esta nueva realidad, no las abandonemos, sino que impliquémonos en ellas y comprometámonos con ellas hasta conseguir cambiarles el rumbo. Fomentemos la economía social, en todos los sectores productivos y financieros, con el fin de conseguir un reparto más equitativo de la riqueza. No eludamos responsabilidades, con falsas excusas de que no nos corresponden; no dejemos ni un palmo de terreno sin cubrir, dejando que sean las élites quienes lo ocupen. Esforcémonos, no solo para mejorar nuestro nivel de vida, que también, sino para sentar las bases de un futuro para nuestros descendientes mucho mejor del que nosotros hemos tenido.

Hemos de potenciar al máximo la educación pública, pues es el sistema que nos garantiza a todos sin exclusión al acceso a la formación, a la cultura y en consecuencia a la libertad que proporciona la capacidad de pensamiento crítico. Hemos de implicarnos en la gobernanza de las empresas de donde percibimos nuestro salario, aunque ello signifique, un sobreesfuerzo que la mayoría de veces no se va a ver recompensado, solo así conseguiremos que despojar a las grandes élites, por anónimas que sean, no solo de su poder si no de la capacidad de tomar decisiones en perjuicio de nosotros o de nuestros compañeros; y finalmente hemos de exigir explicaciones, constantemente a nuestros representantes políticos democráticamente elegidos, aunque ello nos signifique perder ciertas horas de ocio, convirtiendo así, nuestra democracia, hoy puramente representativa, en participativa, evitando de esta forma que nuestros políticos, acaben considerando que lo que debe ser una voluntad de servicio público, acaben siendo pequeños feudos de poder.

En lo que acabo de exponer, no sobra absolutamente nadie, todos los ciudadanos son necesarios, y deben aportar en proporción a sus capacidades, aunque también hemos de señalar que ninguno es imprescindible, por lo que nadie debe creerse que no le van a mover del trono.

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