La carta que trajo cola

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La edición del diario el País del pasado domingo 30 de agosto, publicaba una carta del ex presidente Felipe González, dirigida a los catalanes, en la que el ex mandatario reflexionaba sobre la actual situación política en Cataluña, y el desafío independentista que Artur Mas y los que le siguen, parecen querer llevar hasta sus últimas consecuencias. Dado el gran revuelo que la carta ha ocasionado, entre los defensores de la independencia, por un par de expresiones, que convenientemente sacadas de contexto, han exacerbado los ánimos, de todos aquellos ciudadanos de fervor patriótico encendido, dispuestos a colocar la escarapela de buen o mal catalán, e incluso de traidor a la patria; debo decirles, después de haberla leído y releído bastantes veces, que a mi entender Felipe no expresa nada que los no independentistas y demócratas hasta la médula, hayamos pensado alguna vez.


Avisar que Catalunya después del proceso que impulsa Artur Mas, saltándose todas las leyes y disposiciones vigentes, puede quedar aislada, no solo de Europa, si no de la Comunidad Internacional en el siglo XXI, igual que Albania, lo estuvo en buena parte del siglo XX, ¿es ofender a los ciudadanos de Cataluña? Cuando además, en la carta se indica que nadie en el mundo civilizado puede entender que un proceso de la forma en que se plantea, pueda hacerse sin pacto previo con la otra parte y contraviniendo la constitución española, (votada mayoritariamente en Cataluña) y muchas disposiciones legales. ¿No es una posibilidad más que cierta?


Indicar la utilización torticera de la democracia, por cuanto se intenta atribuir a los votos el poder de contravenir las leyes, tal y como nos indican los soberanistas de turno en sus discursos, no es más que poner en evidencia una realidad fuera de toda duda y el peligro que ello comporta; pues aparte que cualquier democracia que se precie debe basarse en el cumplimiento estricto de la ley, esta cuestión podría abrir la puerta a justificar, por ejemplo, la eliminación física de los oponentes, por designio del gobernante, solamente aprobando una ley donde más o menos veladamente, se otorgaran poderes suficientes a quien dirigiera el país; como sucedió en Alemania, cuando Hitler ganó unas elecciones accediendo a la cancillería y propuso al parlamento una ley por la que se otorgaban al canciller poderes absolutos, ley que por cierto fue aprobada con los votos del Partido Nazi y los de la Democracia Cristiana que completaron la mayoría necesaria.


Lo dicho en este último párrafo de ninguna manera puede interpretarse como que he llamado nazis a los soberanistas catalanes, pues me he limitado, tal y como hizo Felipe González en su escrito, a buscar en la historia reciente un caso de utilización malintencionada de la democracia, considerando que una mayoría suficiente de votos, puede permitir una aberración.


La carta de Felipe termina con una apuesta ferviente por el entendimiento y el pacto, que dos nacionalismos, el catalán de Artur Más y compañía por un lado y el español que representan Mariano Rajoy, el Partido Popular y alguna que otra más o menos camuflada de liberal, parecen hacer imposible.


“Sé que en el enfrentamiento perderemos todos. En el entendimiento podemos seguir avanzando y resolviendo nuestros problemas”


Una semana más tarde el diario el País, edición del domingo 5 de septiembre, publica una carta que firman Artur Mas y varios componentes de renombre de la lista “Junts pel Si”, bajo el título “A los Españoles” en la que además de seguir con la eterna letanía de los agravios que España ha procurado a Cataluña, en la historia pasada y reciente, deja bien claro que no aceptan dialogo racional ninguno, como queda bien patente en la frase: “No hay vuelta atrás, ni Tribunal Constitucional que coarte la democracia ni Gobiernos que soslayen la voluntad de los catalanes”


Que Dios nos coja confesados

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