Gloria y honor al president Josep Tarradellas (I)

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Hace unos días que se cumplió el 40 aniversario de la llegada del presidente Josep Tarradellas a España tras muchos años de exilio en Francia. Huyendo de las tropas franquistas, ganadoras de la guerra, se refugió primero en Suiza y luego se instaló en Saint-Martin-le-Beau (Francia), donde fue elegido presidente de la Generalitat en el exilio en 1954. La presencia de Tarradellas primero en Madrid y luego en Barcelona fueron acontecimientos de primerísima relevancia para la nueva sociedad española que acababa de enterrar a Franco y que había elegido, tan solo cuatro meses antes, a unos Diputados y Senadores que no habían experimentado nunca lo que era vivir en democracia.


Yo era uno de esos neófitos bautizado por las urnas de las elecciones de 1977 en Barcelona, y aunque alguna vez había oído hablar de “un tal Tarradellas” no supe hasta entonces la gran importancia que tenía el personaje y la valiente operación de encaje de bolillos que el presidente Adolfo Suarez había diseñado para traerlo a España, llevarlo ante el Rey, prepararle una entrevista con el teniente General Gutierrez Mellado que sería el que debía ordenar, o mejor dicho “aconsejar” al capitán general de la IV Región, Francisco Coloma Gallegos que no le pusiera mala cara al presidente republicano cuando tomara posesión de su cargo en Barcelona.

Cuando pienso en estos acontecimientos y en tantos otros que viví en primera línea de la nueva transformación a la democracia, y contemplo el aire irrespirable que estamos viviendo en Cataluña en estos días de profunda zozobra, emerge en mis recuerdos algunas escenas que viví en aquellos días junto a aquel gigantón de la política y de la historia por cuya vuelta a Cataluña algunos tanto habíamos clamado.




El President Francesc Maciá


Confieso que en aquellos días yo sabía más de la vida de Francesc Maciá, que fue presidente de la Generalitat de Cataluña durante dos años y medio y que, ―sarcasmos de la vida―, también quiso declarar la independencia de Cataluña en dos ocasiones. La primera trayéndose desde Francia un pequeño ejército de voluntarios armados con los que pretendía invadir Cataluña. Pero los gendarmes franceses los detuvieron a todos en Prats de Molló antes de llegar a la frontera. Maciá fue detenido y acabó en una cárcel de ¡Bruselas! La segunda vez que lo intentó y lo logró fue en 1931 cuando salió al balcón del palacio de la Generalitat en la plaza de San Jaime y declaró la República Catalana. Duró solo tres días porque alcanzó un acuerdo de renunciar a la independencia a cambio de que las Cortes Españolas otorgaran a Cataluña un Estatuto de Autonomía. Fue el Estatuto de 1932 por cuya reimplantación corrí tantas veces ante la policía española en los años que siguieron a la muerte de Franco.



El President Lluís Companys


De Lluís Companys sabemos mucho más porque tuvo una vida política muy ajetreada y cercana a la ciudadanía. En las elecciones de noviembre de 1932 al Parlamento de Cataluña, Companys, elegido Diputado por Lérida, fue el primer presidente de las “Cortes Catalanas Restauradas”, tal como el mismo la denominó en su discurso de aceptación. Pero siendo la segunda autoridad del territorio, dejó el cargo para aceptar un puesto de ministro de la república que le ofreció Manuel Azaña. Fue Ministro de Marina donde permaneció tan solo cuatro meses y se fue desganado porque a juicio de su partido, Ezquerra Republicana de Cataluña, ser Ministro de Marina era muy poca cosa. Ellos aspiraban a obtener la cartera de Industria y Comercio.


Hasta que le tocó vivir su gran día de gloria. El 6 de octubre de 1934, tras la muerte de Maciá, Companys se asomó al balcón de la Generalitat y proclamó el nacimiento del “Estado Catalán”. Otro intento independentista que tan solo duró diez horas. “En esta hora solemne, ―dijo desde el famoso balcón― en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del Poder en Cataluña, proclama el estado catalán de la República Federal española”. En ese momento, el general Domingo Batet Mestres, después de tratar de convencer a Companys para que depusiera su actitud sin conseguirlo, cumpliendo órdenes inmediatas del presidente de la República, don Alejandro Lerroux, declara el estado de guerra y procede a atacar con las fuerzas militares a su mando la sede del gobierno catalán. A La una y media de la madrugada Lluís Companys se rinde y horas después él y todos sus consejeros son encarcelados en el buque Uruguay atracado en el puerto de Barcelona.



President Josep Tarradellas


Por mi condición de Diputado por Barcelona puse un especial interés en saber quién era aquel presidente Tarradellas del que todo el mundo hablaba. Y tuve el privilegio de tener el mejor informador: Carlos Sentís. Este gran periodista, que murió en diciembre de 2011, cuando le faltaban unos días para cumplir 100 años, era un verdadero manantial de conocimientos históricos. Cada vez que cogíamos el recién inaugurado Puente Aéreo entre Barcelona y Madrid yo procuraba sentarme siempre a su lado para preguntarle cosas. Y así supe que el presidente Suarez le encargó personalmente la tarea de traerse a España a Tarradellas desde su exilio francés. Y que junto a Salvador Sanchez Terán, gobernador civil de Barcelona en 1976 y 1977, junto a otros políticos catalanes preparó todo lo concerniente para que el regreso de Tarradellas cumpliera todos los requisitos de la nueva legalidad recién instaurada. Por eso, el verano de 1977 fue de una actividad trepidante. Déjenme decir en este momento que mi incipiente amistad con el gobernador de Barcelona antes de las elecciones de 1977 se acrecentó con el tiempo, al extremo que siempre me atendió con afecto durante el tiempo que ambos coincidimos en el Congreso de los Diputados: él como ministro de Transportes y Comunicaciones y yo como Diputado por Almería. Lo que me animó a pedir y lograr que se creara una línea aérea entre Almería y la ciudad de Sevilla.


El 29 de septiembre de 1977 aprobamos un Real decreto ley por el que se restablecía la Generalitat de Cataluña. Con lo que ya estaba todo dispuesto para el advenimiento de este desconocido personaje del que apenas sabíamos nada el conjunto de los españoles.


“Ciutadans de Catalunya: Ja sóc aquí”


Y llegó el gran día. Fue el 20 de octubre de 1977 cuando Josep Tarradellas llegó al aeropuerto de Madrid. Naturalmente el fin de su exilio de 38 años lo puso viniendo a la capital de España para entrevistarse con el presidente Suarez, con Su Majestad el Rey y con el teniente general Gutierrez Mellado que era el vicepresidente primero del gobierno. Desde el Congreso de los Diputados viví con gran intensidad aquellos momentos, especialmente cuando Tarradellas visitó el Congreso y se sentó en el escaño que él ocupó en el año 1931. Escaño que por aquel entonces estaba muy cerca del que yo ocuparía 46 años después.


El President Tarradellas llegó al aeropuerto de Madrid en medio de una gran expectación. Al pie de la escalerilla del avión le esperaba, en nombre del Gobierno español, el ministro de trabajo Manuel Jiménez de Parga al que yo acompañé en la candidatura al Congreso de los Diputados por Barcelona. Y Carlos Sentís, el amigo del President, a quien cabía el orgullo de haber sido factor muy importante para que se produjera aquel acontecimiento histórico.


Nada más pisar tierra española, Tarradellas se acercó a Carlos Sentis. Era la persona, posiblemente la única, que él conocía de cuantas estaban junto al avión. Y detrás quedó Antonia Maciá, su esposa, un tanto desconcertada. Desconcierto al que puso fin rápidamente acercándose al ministro Jiménez de Parga y agarrándose de su brazo, le dijo:


― Usted, señor, tiene cara de ser buena persona. Tenga la bondad de decirme la verdad. ¿Usted cree que nos van a detener y llevar a la cárcel ahora mismo?


La inquietud de la señora Tarradellas estaba totalmente justificada. Las fuerzas vivas del franquismo estaban ojo a visor. Y hasta en la candidatura barcelonesa al Congreso donde nos integramos Carlos Sentís, Jiménez de parga y yo había un buen número significado de candidatos recién convertidos a la democracia pero que, posiblemente, guardarían en algún lugar de sus armarios la vieja camisa azul de la rama más progre del antiguo régimen. Pero Jiménez de Parga, que había sufrido como nadie la persecución de los edecanes del poder y que con su prestigio intelectual y compromiso con la democracia era la mejor garantía de que el proyecto del rey de España y del presidente Suarez podían ser el fundamento de la Transición, apretó la mano de la temerosa mujer del President que se posaba sobre su brazo, y le dijo con la mejor de sus sonrisas:


― Esté usted tranquila, señora. En estos momentos yo represento aquí al gobierno de España. ¿Cómo quiere usted que nadie venga a detenerles? Y si alguien pretendiera hacerlo tendrían que detenerme a mí también.

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